domingo, 30 de marzo de 2014

Sexo...

y Arte. Dos esferas que siempre han estado especialmente unidas a lo largo de la Historia, tanto en la temática de las obras como en las relaciones entre artistas, artistas y musas, ... más o menos tormentosas.
Tradicionalmente, La Edad Media parecía ajena a esta relación,y existía la idea de una época "oscura", dominada por el clero y malvados nobles que actuaban como déspotas. Bien es verdad que la literatura mostraba otra faceta, aquella unida al "amor cortés" entre el caballero y su dama (generalmente, esposa de otro caballero). Pero, como afirma Johan Huizinga en su clásico "El otoño de la Edad Media", el "amor cortés" y su plasmación literaria no eran más que una vía de escape para una forma de vida que se aleja en muchas ocasiones del ideal romántico que se ha transmitido posteriormente.
Pero el arte románico parecía estar ajeno a esta relación sexo-Arte o, siendo correctos, no era demasiada conocida esa relación (o era entendida de manera diferente a como la entendemos hoy en día).   Pero, afortunadamente, esta percepción de la Edad Media está empezando a cambiar o, al menos, a matizarse.
El arte románico, por lo tanto, está mostrando elementos hasta hace poco tiempo desconocidos para el gran público. Durante mucho tiempo se ha estudiado el arte románico como un arte oscuro, monolítico, en el que la luz tenía un papel secundario (al menos en la arquitectura). Y la escultura mostraba a Cristos serios, rígidos, que parecían castigar a los pecadores/as terrenales.  Parecía el reflejo de una sociedad de fuerte influencia eclesiástica.
 Pero el Románico es un arte complejo, y posee elementos que no han tenido presencia hasta hace unos años. Y uno de estos elementos, unido al tema de la mujer, es la iconografía erótica que aparece en capiteles de diversas iglesias españolas; casos como la parroquia cántabra de San Pedro de Cervatos o diversas iglesias segovianas (san Miguel de Fuentidueña o Pecharromán)  son un buen ejemplo.

Capitel erótico en la cabecera de San Pedro de Cervatos (s. XII)

Canecillos eróticos de San Pedro de Cervatos
En primer lugar, para abordar la imagen de la mujer en esta iconografía de tipo erótico, hay que tener muy en cuenta que la mujer, desde el punto de vista del clero,  era
considerada heredera de Eva; por tanto, arrastraba la carga de ser una pecadora por la que la humanidad sufría el trabajo, el dolor y la muerte. Esta imagen enraizaba con la tradición bíblica que consideraba a la mujer una criatura inferior, y que San Agustín, entre otros autores eclesíasticos,  reafirmó siglos después.
 En la Edad Media, los autores (normalmente clérigos, como Odón, abad de Cluny) incidieron en la idea de que la mujer era una pecadora e incitadora del pecado hacia el hombre, que caía en sus malas artes (incluidas las artes sexuales). Y, evidentemente, esta idea se transmitió a la plástica románica, y se muestra a la mujer como símbolo del pecado y la lujuria (p. ej. cuerpo desnudo). Otra imagen que va a desarrollarse mucho en la iconografía navarra es la de la mujer en el momento del parto; no podemos olvidar que según la Biblia, cuando Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso, castigó a la mujer a parir con dolor. Por lo tanto, esa imagen de mujeres dando a luz puede ser un recuerdo al castigo del dolor por sus pecados.
Pero, ¿qué razón había para ubicar iconografía erótica en las iglesias, junto a imágenes festivas y juglarescas? Bien, la historiografía ha encontrado varias razones. La primera puede ser que este tipo de imágenes, que siempre se encuentran fuera del recinto sagrado, puede hacer alusión al pecado, al vicio, a la imperfección del mundo terrenal, mientras en el interior de la iglesia residen Cristo, la Virgen o los santos. Ni que decir tiene, por lo tanto, que todo lo relacionado con el sexo se consideraba pecado, y sólo se admitía el acto sexual (y con muchas restricciones) para la procreación.  Es decir, el clero sería consciente y diseñador del programa iconográfico. En este caso habría que tener en cuenta, además, que el clero rural no tenía una alta cultura, y su moralidad sería más laxa, según la profesora Inés Ruiz Montejo. De este modo, los párrocos están cerca, culturalmente hablando, 
 Otra razón, mucho más sencilla, es que en muchas ocasiones estas imágenes se encuentran en espacios poco accesibles del templo, como capiteles de la cabecera o canecillos bajo los tejados. Así, el maestro de la obra pudo dejar libre su imaginación ya que los comitentes de la iglesia no prestarían atención a esas zonas. La profesora Inés Ruiz Montejo, por ejemplo, considera que en el románico rural los maestros mezclarían una cultura oficial impuesta con con una cultura popular cotidiana y conocida por todo el mundo.
 Quizá esta explicación se pueda entroncar, para algunos autores como Manuel Lagarón Comba, con una idea carnavalesca de la existencia. Como ya he comentado en una entrada anterior, el Carnaval suponía una transgresión social permitido por las autoridades como vía de escape para la protesta social a través del humor y la fiesta (http://mujerycoeducacion.blogspot.com.es/2014/02/los-pueblos-que-amaban-las-mujeres.html).
En cualquier caso, este tipo de iconografía debe de tenerse muy en cuenta a la hora de estudiar el arte románico pues reflejan perfectamente una sociedad medieval de contrastes en la que la religiosidad profunda convive perfectamente con una religiosidad popular mucho más relajada y cercana aún al paganismo pese a los intentos del clero por erradicarlo.

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Bibliografía

-   Gómez Gómez, A., El protagonismo de los otros. La imagen de los marginados en el Arte Románico, Bilbao, 1997
-  Lagarón Comba, M., “Imágenes eróticas en el Románico segoviano”, Historia 16, 311(2002),  pp. 80-91 
 Ruiz Montejo, I., “La temática obscena en la iconografía del Románico rural”, Goya, 1978, pp. 137-146

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